sábado, marzo 15, 2008

LONDRES

Como ocurre con toda capital que se respete, la inglesa no es la excepción. ¿Cuándo empezó, cómo, quienes, por qué? Sólo Dios, y quien sabe si la reina, lo sabe. Al comienzo fueron los celtas quienes empezaron a orillas del río Támesis a armarla, hasta que los romanos, que andaban como los buhoneros caraqueños, buscando a ver qué se apropian para luego ofrecérselo a quien pasa, la bautizaron Londinium.

Después que la fortificaron, en el siglo V agarraron sus petates y se marcharon dejando que la ciudad agarrara sus propios aires. Fue así como piedra a piedra, hecho a hecho, calle a calle, se fue conformando esta maravilla que se anda una y mil veces, donde siempre se termina extasiado.

Escenas de hombres que se disfrazan para retar a la muy flemática policía británica, gente que ejerce su ciudadanía proclamando la solidaridad con pueblos lejanos, señoras que se reclinan a pastorear sus reflexiones por encima de Trafalgar Square, guardias que acuden con sus anchos y muy peludos gorros a desafiar el frío y entonar melodías a las puertas de Buckigham Palace, buzones que reciben las cartas que nunca llegarán, aviones que no dejan de escudriñar el cielo que a veces puede ser espléndido al quitarse su eterno capote gris y deslumbrar a todo el que pasa.

Londres, crisol de gente y costumbres donde el tiempo se queda suspendido al borde de la torre del Big Ben, que deja caer campanadas con las impertinencias que sólo las damas hermosas saben portar para que todos se las celebremos.







































































































































































































































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